lunes, 24 de noviembre de 2008

Alicante

Me encanta ver cómo se despierta una ciudad, cómo el silencio de la noche es devorado paulatinamente por el ritmo frenético del tráfico, de las personas, de sus vidas.

Las aceras se preparan cada noche para acoger miles de miradas esquivas. Ahora, mientras el cielo cambia de color y las puertas de un mercado modernista se abren con olor a pescado casi vivo, algunos remolonean buscando algún encargo que les proporcione dinero que les permita un desayuno o, quizás, una cena postergada por un cartón de vino.

Me dirijo hacia el mar. Quiero verlo antes de marcharme. Desde la ventana de mi habitación he podido contemplarlo en la distancia. Tranquilo, intenso, como el reflejo de un cielo sin nubes. Decido ir en su busca. Una bandada de gaviotas me muestra el camino con sus graznidos. Paso junto a una lotera que me invita a tentar la suerte cantando no los números, sino curiosas palabras asociadas a ellos por la sabiduría popular, a caballo entre la superstición y lo anecdótico.

Todas las ciudades que duermen junto al mar se parecen y si el mar que les da cobijo es el Mediterráneo la similitud es total. La luz, el aire, la imagen, su urbanismo, la arquitectura se trasladan de un lugar a otro. Así Motril y Alicante son gemelas sólo distinguidas por su tamaño.

Camino por las mismas calles que anoche me guiaron en la búsqueda de un lugar para cenar. Veo el Teatro, carrer de Girona… Ahora, en cambio, son tan distintas que parecen lugares ajenos. Veo palmeras y un enorme magnolio de tronco multiforme, raíces revueltas y ramas como puentes. Cerca, una casa recién rehabilitada impide a otra caerse al suelo carcomida por el paso del tiempo, el salitre y el olvido. A mi lado camina un monte escarpado y coronado por un viejo castillo con mil antenas en su cresta. En su compañía aparezco ante la dársena del puerto. Será lo más cerca que esté del mar en las próximas semanas o meses. Ante mí, unos lujosísimos yates que me recuerdan que o mi reino no es de este mundo o tal vez sea el suyo el que se me escapa. Cierro los ojos para empaparme de un sol todavía mojado por el horizonte marino del que acaba de nacer. Es sólo un minuto o menos. Respiro con fuerza para llevarme sal, yodo, mar, luz… y emprender un descamino hacia un nuevo punto de retorno, demasiado lejos de todo esto.
Un saludo desde mi jardín.
Bomarzo en Alicante

6 comentarios:

Nefer dijo...

Bomarzo, gracias por descubrirme esta ciudad que no conocía, el paseo ha merecido la pena. Una ciudad que tengo que descubrir.

Besillos

Anónimo dijo...

No se te olvide ir a la plaza a comprar cualquier cosita en el puesto de los Hermanos Moltó, y si tienes tiempo pásate por el Nou Manolín esta noche y pídete 3 ó 4 montaditos (imprescindible un zorrito), unas patatas ibéricas y un arroz con leche, por la gloria de mi madre... Con suerte coincides con Zaplana en la barra (a mí me ha pasado 2 veces).
Fuerte abrazo.
SGCI.

Anónimo dijo...

Esos pasos arrebatados al día, al mar, a los silencios del salitre, esos pasos harán que las aceras del interior parezcan azules de mar.
Disfruta de tu jardín.
Saludos

María Martín Calvo dijo...

Granada está distinta estos días... hoy lunes, las 9.30 de la mañana... y la calle Recogidas vacía... la verdad es desconcertante, pero una vez puesta a trabajar... todo discurre sin que me de cuenta que la ciudad respira. Y eso que me siento afortunada porque me dedico mi tiempo para ver pasar el tiempo...

Besos Nazaríes...

Bomarzo dijo...

Me quedan, creo, algunos viajes a Alicante todavía así que tomaré nota de la recomendación, Gu.
Nefer, veremos cómo sale la próxima vez.
White, camino por Madrid imaginando que es el mar el que me espera.
Lia gracias por traerme ese eco de Recogidas.

María Martín Calvo dijo...

Hoy todo vuelve a su quehacer... todo tráfico, todo ruido...

Besos nazaríes