jueves, 13 de noviembre de 2008

Cuatro Caminos

Cuatro Caminos.

Lugar de cruce, de encuentro. Con sabor a Madrid viejo de lo que un día fue el nuevo Madrid. Sin victorias que celebrar, salvo las del nombre del barrio que le adopta, el colonial sabor de Tetuán queda grabado en lo antiguo del urbanismo oculto en el entramado de calles que se adentra hacia tu esencia.

Esos cuatro caminos son, de nuevo, como antaño, lugar de cruce entre dos de los cuatro puntos cardinales de una brújula emigrante. Siempre marcando hacia el sur, con pieles negras y acentos extraños. La segunda de las agujas, como equivocada, se ha quedado prendida en el este de idiomas ajenos. Las agujas que deben señalar hacia el norte o al oeste se han quedado en otros rostros de Madrid, un Madrid de anchas calles, conches rápidos y edificios altos. Cuatro Caminos en una brújula capada.






Cada mañana el Metro me devuelve a la superficie bajo un cielo recién nacido, a escasos metros del enclave cercano por donde un poeta soriano con acento andaluz se entregó a un amor no correspondido. En cambio, hoy día, otros más afortunados se pueden despedir con un beso rápido y certero en la frontera de algún semáforo para cruzar al tramo de los pares de la Avenida Reina Victoria, noble apariencia de un barrio humilde que, un día fue linde de Chamartín de la Rosa y que en la actualidad es más espina que flor.



El acerado de esta avenida, ancha como un río, forma rectángulos anodinos y grises de escaso entretinimiento. En cambio, cuando el día está a punto de languidecer y, de nuevo el Metro me conduce al interior de un Madrid distinto, parecen cambiar el rostro. Tetuán regala a cuatro o cinco músicos que cada tarde entonan un bucle del que parece no haber salida. Un clarinete, una trompeta, un saxo y un contrabajo que toca un hombre de bigote cano. Parece tan acoplado al instrumento que nunca sabré quién sujeta a quién. Protege sus dedos con un esparadrapo blanco, a juego con una sonrisa o una muesca de dolor, aún no he sido capaz de discernirlo. Jazz, música alegre, bailable, canon eterno y sonrisa en vecinos, peatones y policías que con aires de suficiencia perdonan la vida musical de una personas orilladas en uno de estos cuatro caminos.

Un saludo desde mi jardín.

Bomarzo paseando.

4 comentarios:

Jesús Lens dijo...

Hermosas palabras osbre un Madrid del día a día que tantas veces nos parece lejano. La ciudad de los ciudadanos de a pie.

Nefer dijo...

Bomarzo, creo que ya te lo he dicho antes, pero me encanta pasear por Madrid a través de tu mirada... un texto muy bello.

Besillos

Anónimo dijo...

Digo como Néfer, que bien se ve Madrid desde este blog

Bomarzo dijo...

Gracias, amigos.