lunes, 10 de noviembre de 2008

Lecciones foráneas

El pasado viernes conocí a una persona de esas que te dejan huella. Es una mujer de mediana edad, de origen venezolano. Llegó a España hace dos años y nada más hacerlo se hizo voluntaria de varias oenegés. Comenta que tiene el gen de la solidaridad. Ella es graduada social y está a la espera de que le convaliden su titulación en nuestro país.

Mientras ese documento llega -han transcurrido dos años- pasa su tiempo y gana su dinero limpiando casas. Sonríe cuando lo cuenta. Dice que no ha venido a España a quejarse ni a estarse quieta. Salió de su país porque las cosas no andan bien. Eligió España porque hay muchas cosas en común entre los dos países. Nosotros la recibimos y la escogemos para que limpie nuestros suelos. Pero no deja de sonreír.

Cuando nos despedimos me contó que hace poco recibió una carta en la que se le anunciaba que no tenía derecho a médico. El mismo día recibió una felicitación escrita de una organización en la que se le felicitaba por ser una extraordinaria donante de sangre. Gracias a su generosa colaboración había salvado vidas. La suya, en cambio, en España nos importa un bledo.

Ella no dejaba de sonreír.

Un saludo desde mi jardín.
Bomarzo

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Ufff, ella nos da su sangre y nosotros se la chupamos :-(. Gracias.

Claro

Jesús Lens dijo...

Hay cosas que no tienen pies ni cabeza. Ni lógica ni sentido ni vergüenza. No. Nosotros no podemos sonreir.

Bomarzo dijo...

Claro, por Dios, qué gran resumen.
Jesús, sentí vergüenza ajena.

Anónimo dijo...

Te cuento algo.
En Argentina yo fui funcionario en la Universidad Nacional de Mar de Plata.
En unas fechas previas a elecciones dentro de la Universidad el ambiente estaba caldeado, complicadito. Había muchas denuncias cruzadas y el clima político se ponía difícil al punto de tener que desalojar la Facultad varias veces por amenazas de bomba.

Yo tenía una cargo administrativo ganado por concurso, era lo que se llama allí: Planta Permanente (significa que no te pueden echar nunca, que tienes unos beneficios sociales muy codiciados y que mi puesto de trabajo sólo lo perdería con la muerte). Te explico esto para que se comprenda que las elecciones me daban lo mismo. Pero como no me daban lo mismo los gases lacrimógenos, ni las bombas, me pedí el día libre (artículo x por Razones Particulares). Los días por Razones Particulares son limitados, y si no estás enfermo, o te vas a casar, o se te muere un familiar, no puedes faltar al trabajo de manera justificada. Los días complicados continuaban y yo buscaba maneras de no asistir (pensé en casarme o en matar a mi hermano pero me parecían medidas demasiado extremas para conseguir solamente un justificante de inasistencia, sobre todo el hecho de casarme).

Me leí la ley completa, busqué los artículos relacionados con el tema y encontré que también se podía faltar al trabajo si demostrabas que esa mañana habías donado sangre. Yo le tengo pánico a las agujas –por eso nunca antes había donado sangre- y si veo una bolsa con medio litro de mi propia sangre agitándose a mi lado puedo desmayarme mucho, pero mucho, mucho. Te darás una idea de lo agradable que era un día de trabajo en la Universidad Nacional de Mar del Plata porque me fui a donar sangre a cambio de un certificado (justificante).

Ya en el hospital, llego hasta la fila de los donantes y me encuentro con que yo era el mejor vestido, el más alto, vamos, el único que tenía todos los dientes. También veo con sorpresa que alguien del personal médico les dice a dos chicos que estaban en la fila que no pueden donar y los apartaron sin más trámite. Me pareció un atropello, no podía creer que aquello fuera normal, sé que hay hijos de puta por todas partes pero suponer que alguien tiene SIDA o Hepatitis, o sencillamente, que su sangre no vale sólo porque no viste un polo Ives Saint Laurent como el mío me parecía demasiado.

Era la primera vez que yo donaba sangre, y ya sabes los motivos (solidaridad conmigo mismo). ¿Qué estaba ocurriendo en ese hospital? Dicen que no conviene donar 6 litros en una semana. Resulta que no es poca la gente la que pasa hambre. Y resulta que para que no te desmayes, en algunos sitios te dan un café con leche y un pedazo de pan, después de la extracción. Ya habrás deducido que el personal médico estaba intentando no desangrar a esos pibes que falsificaban las fechas de la última donación para hacerse nuevamente con un café con leche y su respectivo pedazo de pan.

Los cargos políticos que se cubrieron en los días siguientes en la Facultad de Ciencias de la Salud y Servicio Social, en donde yo trabajaba, oscilaban entre los 2.500 y los 4.000 dólares (yo ganaba unos 400). En esa época (hablo de hace 10 años) los argentinos no necesitábamos visado para entrar en Estados Unidos. Y a cambio de que Menem entregara a la Argentina lubricada, muchos clase media pudimos comprar un walkman en Miami sin pedir permiso. El hechizo duró poco, como también es fácil deducir.

Volví a mi trabajo para recoger mis cosas y abandoné mi Planta Permanente sin presentar renuncia y sin saludar.
Me senté al piano y me fui de la Argentina con el pensamiento, días más tarde, me fui en avión.

Unas semanas después yo era un artista que pagaba su casa y su comida tocando el piano, rodeado de las impresionantes murallas romanas de Tarragona. Ya no era funcionario del Estado, era un pianista, un músico profesional.

Al caer el sol, retomé la lectura que por falta de tiempo había interrumpido en Argentina, y ya fuera de las murallas, mirando el mar mediterráneo leí:
“El hombre vulgar envidia las fortunas y las posiciones burocráticas. Cree que ser adinerado y funcionario es el supremo ideal de los demás, partiendo de que lo es suyo. El dinero permite al mediocre satisfacer sus vanidades más inmediatas, el destino burocrático le asigna un sitio en el escalafón del Estado y le prepara ulteriores jubilaciones. De ahí que el proletario envidie al burgués sin renunciar a substituirlo; por eso mismo la escala del presupuesto es una jerarquía de envidias, perfectamente graduadas por las cifras de las prebendas”. Y leí más: “El talento –en todas sus formas intelectuales y morales: como dignidad, como carácter, como energía-, es el tesoro más envidiado entre los hombres. Hay en el doméstico un sórdido afán de nivelarlo todo, un obtuso horror a la individualización excesiva; perdona al portador de cualquier sombra moral, perdona la cobardía, el servilismo, la mentira, la hipocresía, la esterilidad, pero no perdona al que sale de las filas dando un paso adelante. Basta que el talento permita descollar en las ciencias, en las artes, o en el amor, para que los mediocres se estremezcan de envidia. Así se forma en torno de cada astro una nebulosa grande o pequeña, camarilla de maledicientes o legión de difamadores: los envidiosos necesitan aunar esfuerzos contra su ídolo, de igual manera que para afear una belleza venusina aparecen por millares las pústulas de la viruela”.

Un abrazo, Juanjo.
Martín.

Bomarzo dijo...

Martín, impresionante disertación que acato, comprendo y te aplico. Sin duda, también te agradezco, aunque en tal caso, consideraría excesivo el elogio que subyace y que entre tú y yo comprendemos.

Anónimo dijo...

Juanjo, sin desmerecer este artículo tan entrañable.

Tengo en mi ámbito de amistades y conocidos/as, a más de una mujer (española, aunque esto es lo de menos) que tienen estudios de Derecho y otras carreras universitarias, y además, limpian casas y en "negro" (sin asegurar y por tanto sin cotizar y sin derecho a médico).

Estas injusticias se cometen con las venezolanas y con las españolas, que tenemos aquí tan cerquita.
Por desgracia.

Toni.

María Martín Calvo dijo...

Juanjo, qué decirte... mándale un beso nazarí de esta tierra que tanta mezcla de culturas, que convivieron en paz, hace algunos siglos... y que siga gritando y sobre todo dando ejemplo...

Desde aquí una mierda para las putas autoridades....

Besos nazaríes para ti también...

Sonita dijo...

hay personas que se cruzan en nuestra vida, y que son de un gran interés.. parece ser una de esas personas, especiales, màgicas,q ue conociste.
un dulce saludo.

Bomarzo dijo...

Sonita, me alegra seguir teniéndote por aquí cerca.
Alfa, no desmereces. Enriqueces, como el Avecrem. Tampoco quiero desmerecer tu artículo, pero seguro que tu conocida no ha dejado a su familia a miles de kilómetros buscando fortuna. En cualquier caso, despreciable.

Anónimo dijo...

Qué gran lección la sonrisa de esta mujer...