Penúltimo capítulo de Muerte de un Poeta. ç
IV. El poeta coge el libro. Recuerda los tiempos de risas de aquellos versos. Recuerda los laureles del éxito, la fama que empezaba a vestirle con trajes caros y le conducía a la portada de periódicos de todo el mundo. Recuerda su teatro universitario, los reproches de los que consideraron aquel libro poco vanguardista, demasiado “folklórico”. Recuerda también los primeros reproches, los primeros insultos, las primeras amenazas que llegaban con voz de miguelete, mostacho agresivo y lenguaje soez. Recuerda al Camborio, a la flor de la raza calé, a Soledad Montoya, a su caballo verde…
- No tengo pluma. Entenderás que no pueda firmártelo ahora-. Esa frase suena a reproche más que a disculpa, pero no está en situación de poder recriminar nada. Sabe que su vida ya no está en sus propias manos y conoce la violencia de los que, como aquel soldado, llevaban una camisa azul. Por un momento quiere hacer valer su amistad con el más importante portador de camisa azul de la ciudad, en cuya casa estaba escondido horas antes, pero no quiere comprometer más a esa familia.
Acepta fumarse un cigarro. A pesar del rechazo inicial debe reconocer que la ansiedad le domina y necesita calmarla.
- ¿Qué me vas a rezar, soldado?- Hace tanto tiempo que no reza que duda que, llegado el momento, se acuerde de alguna oración coherente.
- Yo no soy cura para enseñarle a rezar nada, poeta. En cualquier caso lo único que podría rezar con usted es un Páter Nóster. De todas formas, todos los que son como ustedes no tienen palabra. Se terminan por acobardar-. El soldado le dice eso último mirándole a la cara fijamente.
- No te entiendo-, responde el poeta extrañado, sintiendo de nuevo el pavor recorrer cada milímetro sucio de su maltrecho traje claro. El soldado se lo escupe a la cara.
- Los rojos como usted, por muy ilustrados que sean, por muy descreídos, cultos y republicanos que se sientan… al final rezan, al final acuden a Dios-. El monólogo se carga de odio. – Yo le he admirado, poeta. En el bachiller escribía versos y, a pesar de las inmoralidades que usted ha escrito, a pesar de que en casa no podía mencionar su nombre sin que mi madre me mirara con asco, recordando la parte más oscura de su familia, a pesar de todo ello, digo, le admiraba. Admiré sus versos y su teatro. Leía el panfleto ese dirigido por su amigo solamente por saber los éxitos que atesoraba-. El poeta siente que las tripas se le revuelven. Miedo, asco, rencor… todo se suma en un estómago vacío. El joven y futuro victorioso continúa. –Usted no se acordará, pero un día, mientras se reía en una mesa del café en el que tertuliaban usted y muchos que como usted se han escondido ahora ante la realidad de la nueva Historia que escribiremos, yo le observaba con toda atención. Usted mariposeaba, fumaba, bebía, opinaba, reía, criticaba, imitaba y yo le miraba. Me firmó un ejemplar de una de sus obras de teatro, la de la heroína, en la que se mofaba de los valores que volverán a hacer de esta Patria lo que nunca debió dejar de ser. Hoy, poeta, usted, como esa heroína, espera su garrote entre lágrimas. Nadie le mandó bordar ninguna bandera con los oropeles del insulto y el menosprecio hacia aquello que le permitió llegar a lo que fue; nadie le mandó criticar a su propia gente tras el escudo del éxito y la tribuna cobarde de la fama; nadie le mandó exhibir sus desviaciones, poeta. Considere lo que le pasa como la expiación de su pecado. Y ahora, poeta, dedíqueme el libro. No se preocupe por la ausencia de pluma. Yo le dejo una-.
El poeta escucha esas palabras con la quietud del reo que oye al juez dictar la sentencia de muerte. De hecho, es la primera de las balas que atraviesa su alma en aquella noche de agosto que pronto tornaría luz por tiniebla. Se descerrajó el primer disparo por la boca de un niño con camisa azul, cargado de odio, de lengua afilada, de ideología destructora.
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Hace 6 horas
6 comentarios:
Uf, el nudillo que se me está cogiendo...
Desgarrador y emotivo. Bormarzo, sabes administrar los tiempos escénicos. No es original la idea –hay tropecientas mil relatos de la muerte de un poeta, o mejor de El Poeta-, pero siempre que hablo de Lorca me asalta la misma duda: se habla de la muerte de una persona o de la de una ideología. Si es de una persona, falta el sentimiento de lo personal, lo poético no es trascendente, y es muy parecida a la de miles y miles de muertes inútiles que fueron inmoladas a socaire de ideologías foráneas que del 39 al 46 se ajustaron las cuentas. Lo nuestro fue el amargo aperitivo.
Si la pena es por la ideología, creo, creo, que andamos todos muy equivocados sobre cual era la del ciudadano García Lorca.
Por cierto, el chulo fascista de Falange que describes tiene, en tu relato, la misma edad que don Santiago Carrillo cuando era responsable de lo que se conoce como la Matanza de Paracuellos del Jarama. Curiosamente, esa horrible sangría la paró un anarquista: uno sólo.
No puedo leerlo... no se por qué... perdóname...
Difícil tarea en la que te has embarcado, aunque por lo que veo, lo estás haciendo genial...
Me gusta...Me gusta de verdad...
Un besote
Vane
Nefer, hoy termina.
Carrasqueño, no busques donde no hay. Se sabe quién es el poeta del relato. No hay connotaciones políticas en ningún momentos, salvo las propias del régimen. La historia está situada en una ciudad concreta donde pasaron unas cosas concretas. Que mira que os gusta.
Lía, tranquila.
Sielito, espero que te guste cuando se complete.
La primera de las balas de esa noche de agosto.
Impresionante.
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