domingo, 11 de octubre de 2009

Cuento para Miriam

Hoy, Miriam cumple 4 años. Hace tiempo le escribí este cuento. Creo que es un día muy oportuno para recordarlo.
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La pequeña niña, con voz trémula y casi imperceptible, le dijo a su padre, quiero una estrella. Éste no supo qué decir. Se limitó a decirle, hija mía, antes de la noche de mañana tendrás una estrella a tus pies. La niña sonrió como sólo una hija sonríe a su padre y quedó feliz pues él jamás le había fallado.

Su padre pasó toda esa noche pensando cómo conseguir echar lazo a una estrella para dejarla en los pies de su pequeño tesoro. Pensó y pensó sin ver la solución. Nunca había fallado a su hija y no quería que ésa fuese la primera. Sea como fuere, la solución al problema se resistía.

Amaneció, y como cada mañana su padre la sacó de la cama y empezó a vestirla para llevarla al colegio. Ella, en cuanto se supo despierta recordó a su padre la promesa lanzada la noche anterior. Papá, le dijo, esta noche me vas a bajar una estrella del cielo? Y el padre, serio y seguro de sí mismo, le contestó, hija mía, esta noche tendrás una estrella a tus pies. Ya verás.

El día fue pasando y la hora de comer llegó tal vez más rápidamente que otras jornadas. En la mesa, la pequeña volvió a recordarle su promesa cuando le dijo a su madre que papá le iba a bajar una estrella del cielo esa noche. No te preocupes pequeña que esta noche tendrás una estrella, le dijo su madre mientras lanzaba una mirada cómplice a un padre que seguía pensando.

El padre subió a su dormitorio pensando cómo satisfacer el deseo de su pequeña. Las horas pasaban y la noche se acercaba. Se sentó frente al espejo y al quitarse la ropa se le ocurrió una idea genial para atrapar la estrella que su hija deseaba tanto.

Llegó la noche y su hija se presentó ante su padre con la sonrisa más tierna a la búsqueda de su regalo. Él la cogió en brazos y la subió a su dormitorio. Le dijo, hija, esta es una buena noche para cazar estrellas, pues hay luna llena y la luz las adormece. Al llegar a la habitación, corrió las cortinas de la ventana y dejó que un argentino rayo vistiera las paredes de un gris helado. Cierra los ojos, le dijo. Ella le hizo caso. Él colocó un espejo junto a los pies de la pequeña y buscó el reflejo oportuno. Ábrelos, le susurró al oído. Al hacerlo vió que a sus plantas, no una sino un firmamento entero se abría en el reflejo del espejo sólo para ella.

La niña sonrió y le dijo a su padre que sabía que no le fallaría. Le dio un beso y se acostó. Él salió de la habitación con un corazón repleto de caricias y consciente de que algún día no podrá hacer aquéllo que su hija le pida... pero hasta que llegue, qué feliz será.

Un saludo desde mi jardín.

Bomarzo cazador de estrellas.

5 comentarios:

G dijo...

Entre espejos y promesas.

Un beso a la niña y una promesa para el padre.

M_ n_ _l dijo...

Se me ha puesto la piel de gallina... una preciosidad! Estoy seguro de que esa niña siempre podrá confiar en su padre, que ha sido capaz de bajar el firmamento para ella. Un saludo

Anónimo dijo...

Ay, qué padrazo.
Rigoletto

Bomarzo dijo...

El padre te manda otro beso. Galleto.
M_n__l (manda huevos el Nick). Espero poder contártelo, amigo.
Rigo, es lo que me queda. Intentarlo al menos.

Aprendiz de Amélie dijo...

Emocionante.
Emocionada.

Besicos.